PARROQUIA DE SANTIAGO APÓSTOL
LORCA
CUARTA PARTE. PRIMERA SECCIÓN
CAPITULO PRIMERO: LA REVELACION DE LA ORACION: LA LLAMADA UNIVERSAL A LA ORACION
2566. El hombre busca a Dios. Por la creación Dios
llama a todo ser desde la nada a la existencia. "Coronado de gloria y
esplendor" (Sal 8, 6), el hombre es, después de los ángeles, capaz de
reconocer "¡qué glorioso es el Nombre del Señor por toda la tierra!"
(Sal 8, 2). Incluso después de haber perdido, por su pecado, su
semejanza con Dios, el hombre sigue siendo imagen de su Creador.
Conserva el deseo de Aquél que le llama a la existencia. Todas las
religiones dan testimonio de esta búsqueda esencial de los hombres (cf
Hch. 17, 27).
2567 Dios es quien primero llama al hombre. Olvide el
hombre a s u Creador o se esconda lejos de su Faz, corra detrás de sus
ídolos o acuse a la divinidad de haberlo abandonado, el Dios vivo y
verdadero llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso
de la oración. Esta iniciativa de amor del Dios fiel es siempre lo
primero en la oración, el caminar del hombre es siempre una respuesta.
A medida que Dios se revela, y revela al hombre a sí mismo, la oración
aparece como un llamamiento recíproco, un hondo acontecimiento de
Alianza. A través de palabras y de actos, tiene lugar un trance que
compromete el corazón humano. Este se revela a través de toda la
historia de la salvación.
Artículo 1 EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
2568 La revelación de la oración en el Antiguo
Testamento se inscribe entre la caída y la elevación del hombre, entre
la llamada dolorosa de Dios a sus primeros hijos: "¿Dónde estás?...
¿Por qué lo has hecho?" (Gn 3, 9. 13) y la respuesta del Hijo único al
entrar en el mundo: "He aquí que vengo... a hacer, oh Dios, tu
voluntad" (Hb 10, 5-7). Así, la oración está ligada con la historia de
los hombres, es la relación con Dios en los acontecimientos de la
historia.
La creación - fuente de la oración
2569 La oración se vive primeramente a partir de las
realidades de la creación. Los nueve primeros capítulos del Génesis
describen esta relación con Dios como ofrenda por Abel de los
primogénitos de su rebaño (cf Gn 4, 4), como invocación del nombre
divino por Enós (cf Gn 4, 26), como "marcha con Dios" (Gn 5, 24). La
ofrenda de Noé es "agradable" a Dios que le bendice y, a través de él,
bendice a toda la creación (cf Gn 8, 20-9, 17), porque su corazón es
justo e íntegro; él también "marcha con Dios" (Gn 6, 9). Una
muchedumbre de hombres pertenecientes a todas las religiones siempre
han vivido esta característica de la oración.
En su alianza indefectible con todos los seres
vivientes (cf Gn 9, 8-16), Dios llama siempre a los hombres a orar.
Pero, en el Antiguo Testamento, la oración se revela sobre todo a
partir de nuestro padre Abraham.
La Promesa y la oración de la fe
2570 Cuando Dios le llama, Abraham parte "como se lo
había dicho el Señor" (Gn 12, 4): todo su corazón se somete a la
Palabra y obedece. La obediencia del corazón a Dios que llama es
esencial a la oración, las palabras tienen un valor relativo. Por eso,
la oración de Abraham se expresa primeramente con hechos: hombre de
silencio, en cada etapa construye un altar al Señor. Solamente más
tarde aparece su primera oración con palabras: una queja velada
recordando a Dios sus promesas que no parecen cumplirse (cf Gn 15,
2-3). De este modo surge desde los comienzos uno de los aspectos de la
tensión dramática de la oración: la prueba de la fe en la fidelidad a
Dios.
2571 Habiendo creído en Dios (cf Gn 15, 6), marchando
en su presencia y en alianza con él (cf Gn 17, 2), el patriarca está
dispuesto a acoger en su tienda al Huésped misterioso: es la admirable
hospitalidad de Mambré, preludio a la anunciación del verdadero Hijo de
la promesa (cf Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38). Desde entonces, habiéndole
confiado Dios su Plan, el corazón de Abraham está en consonancia con la
compasión de su Señor hacia los hombres y se atreve a interceder por
ellos con una audaz confianza (cf Gn 18, 16-33).
2572 Como última purificación de su fe, se le pide al
"que había recibido las promesas" (Hb 11, 17) que sacrifique al hijo
que Dios le ha dado. Su fe no vacila: "Dios proveerá el cordero para el
holocausto" (Gn 22, 8), "pensaba que poderoso era Dios aun para
resucitar de entre los muertos" (Hb 11, 19). Así, el padre de los
creyentes se hace semejante al Padre que no perdonará a su propio Hijo
sino que lo entregará por todos nosotros (cf Rm 8, 32). La oración
restablece al hombre en la semejanza con Dios y le hace participar en
la potencia del amor de Dios que salva a la multitud (cf Rm 4, 16-21).
2573 Dios renueva su promesa a Jacob, cabeza de las
doce tribus de Israel (cf Gn 28, 10-22). Antes de enfrentarse con su
hermano Esaú, lucha una noche entera con "alguien" misterioso que
rehúsa revelar su nombre pero que le bendice antes de dejarle, al alba.
La tradición espiritual de la Iglesia ha tomado de este relato el
símbolo de la oración como un combate de la fe y una victoria de la
perseverancia (cf Gn 32, 25-31; Lc 18, 1-8).
Moisés y la oración del mediador
2574 Cuando comienza a realizarse la promesa (Pascua,
Exodo, entrega de la Ley y conclusión de la Alianza), la oración de
Moisés es la figura cautivadora de la oración de intercesión que tiene
su cumplimiento en "el único Mediador entre Dios y los hombres,
Cristo-Jesús" (1 Tm 2, 5).
2575 También aquí, Dios interviene, el primero. Llama
a Moisés desde la zarza ardiendo (cf Ex 3, 1-10). Este acontecimiento
quedará como una de las figuras principales de la oración en la
tradición espiritual judía y cristiana. En efecto, si "el Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob" llama a su servidor Moisés es que él es
el Dios vivo que quiere la vida de los hombres. El se revela para
salvarlos, pero no lo hace solo ni contra la voluntad de los hombres:
llama a Moisés para enviarlo, para asociarlo a su compasión, a su obra
de salvación. Hay como una imploración divina en esta misión, y Moisés,
después de debatirse, acomodará su voluntad a la de Dios salvador. Pero
en este diálogo en el que Dios se confía, Moisés aprende también a
orar: se humilla, objeta, y sobre todo pide y, en respuesta a su
petición, el Señor le confía su Nombre inefable que se revelará en sus
grandes gestas.
2576 Pues bien, "Dios hablaba con Moisés cara a cara,
como habla un hombre con su amigo" (Ex 33, 11). La oración de Moisés es
típica de la oración contemplativa gracias a la cual el servidor de
Dios es fiel a su misión. Moisés "habla" con Dios frecuentemente y
durante largo rato, subiendo a la montaña para escucharle e implorarle,
bajando hacia el pueblo para transmitirle las palabras de su Dios y
guiarlo. "El es de toda confianza en mi casa; boca a boca hablo con él,
abiertamente" (Nm 12, 7-8), porque "Moisés era un hombre humilde más
que hombre alguno sobre la haz de la tierra" (Nm 12, 3).
2577 De esta intimidad con el Dios fiel, tardo a la
cólera y rico en amor (cf Ex 34, 6), Moisés ha sacado la fuerza y la
tenacidad de su intercesión. No pide por él, sino por el pueblo que
Dios ha adquirido. Moisés intercede ya durante el combate con los
amalecitas (cf Ex 17, 8-13) o para obtener la curación de Myriam (cf Nm
12, 13-14). Pero es sobre todo después de la apostasía del pueblo
cuando "se mantiene en la brecha" ante Dios (Sal 106, 23) para salvar
al pueblo (cf Ex 32, 1-34, 9). Los argumentos de su oración (la
intercesión es también un combate misterioso) inspirarán la
audacia de los grandes orantes tanto del pueblo judío como de la
Iglesia. Dios es amor, por tanto es justo y fiel; no puede
contradecirse, debe acordarse de sus acciones maravillosas, su Gloria
está en juego, no puede abandonar al pueblo que lleva su Nombre.
David y la oración del rey
2578 La oración del pueblo de Dios se desarrolla a la
sombra de la Morada de Dios, el Arca de la Alianza y más tarde el
Templo. Los guías del pueblo - pastores y profetas - son los primeros
que le enseñan a orar. El niño Samuel aprendió de su madre Ana cómo
"estar ante el Señor" (cf 1 S 1, 9-18) y del sacerdote Elí cómo
escuchar Su Palabra: "Habla, Señor, que tu siervo escucha" (cf 1 S 3,
9-10). Más tarde, también él conocerá el precio y el peso de la
intercesión: "Por mi parte, lejos de mí pecar contra el Señor dejando
de suplicar por vosotros y de enseñaros el camino bueno y recto" (1 S
12, 23).
2579 David es, por excelencia, el rey "según el
corazón de Dios", el pastor que ruega por su pueblo y en su nombre,
aquél cuya sumisión a la voluntad de Dios, cuya alabanza y
arrepentimiento serán modelo de la oración del pueblo. Ungido de Dios,
su oración es adhesión fiel a la promesa divina (cf 2 S 7, 18-29),
confianza amante y alegre en aquél que es el único Rey y Señor. En los
Salmos, David, inspirado por el Espíritu Santo, es el primer profeta de
la oración judía y cristiana. La oración de Cristo, verdadero Mesías e
hijo de David, revelará y llevará a su plenitud el sentido de esta
oración.
2580 El Templo de Jerusalén, la casa de oración que
David quería construir, será la obra de su hijo, Salomón. La oración de
la Dedicación del Templo (cf 1 R 8, 10-61) se apoya en la Promesa de
Dios y su Alianza, la presencia activa de su Nombre entre su Pueblo y
el recuerdo de los grandes hechos del Exodo. El rey eleva entonces las
manos al cielo y ruega al Señor por él, por todo el pueblo, por las
generaciones futuras, por el perdón de sus pecados y sus necesidades
diarias, para que todas las naciones sepan que Dios es el único Dios y
que el corazón del pueblo le pertenece por entero a El.
Elías, los profetas y la conversión del corazón
2581 Para el pueblo de Dios, el Templo debía ser el
lugar donde aprender a orar: las peregrinaciones, las fiestas, los
sacrificios, la ofrenda de la tarde, el incienso, los panes de "la
proposición", todos estos signos de la Santidad y de la Gloria de Dios,
Altísimo pero muy cercano, eran llamadas y caminos de la oración. Sin
embargo, el ritualismo arrastraba al pueblo con frecuencia hacia un
culto demasiado exterior. Era necesaria la educación de la fe, la
conversión del corazón. Esta fue la misión de los profetas, antes y
después del Destierro.
2582 Elías es el padre de los profetas, "de la raza
de los que buscan a Dios, de los que persiguen su Faz" (Sal 24, 6). Su
nombre, "El Señor es mi Dios", anuncia el grito del pueblo en respuesta
a su oración sobre el Monte Carmelo (cf 1 R 18, 39). Santiago nos
remite a él para incitarnos a orar: "La oración ferviente del justo
tiene mucho poder" (St 5, 16b-18).
2583 Después de haber aprendido la misericordia en su
retirada al torrente de Kérit, aprende junto a la viuda de Sarepta la
fe en la palabra de Dios, fe que confirma con su oración insistente:
Dios devuelve la vida al hijo de la viuda (cf 1 R 17, 7-24).
En el sacrificio sobre el Monte Carmelo, prueba
decisiva para la fe del pueblo de Dios, el fuego del Señor es la
respuesta a su súplica de que se consume el holocausto "a la hora de la
ofrenda de la tarde": "¡Respóndeme, Señor, respóndeme!" son las
palabras de Elías que repiten exactamente las liturgias orientales en
la epíclesis eucarística (cf 1 R 18, 20-39).
Finalmente, repitiendo el camino del desierto hacia
el lugar donde el Dios vivo y verdadero se reveló a su pueblo, Elías se
recoge como Moisés "en la hendidura de la roca" hasta que "pasa" la
presencia misteriosa de Dios (cf 1 R 19, 1-14; Ex 33, 19-23). Pero
solamente en el monte de la Transfiguración se dará a conocer Aquél
cuyo Rostro buscan (cf. Lc 9, 30-35): el conocimiento de la Gloria de
Dios está en la rostro de Cristo crucificado y resucitado (cf 2 Co 4,
6).
2584 En el "cara a cara" con Dios, los profetas sacan
luz y fuerza para su misión. Su oración no es una huida del mundo
infiel, sino una escucha de la palabra de Dios, a veces un litigio o
una queja, siempre una intercesión que espera y prepara la intervención
del Dios salvador, Señor de la historia (cf Am 7, 2. 5; Is 6, 5. 8. 11;
Jr 1, 6; 15, 15-18; 20, 7-18).
Los Salmos, oración de la Asamblea
2585 Desde David hasta la venida del Mesías, las
Sagradas Escrituras contienen textos de oración que atestiguan el
sentido profundo de la oración para sí mismo y para los demás (cf Esd
9, 6-15; Ne 1, 4-11; Jon 2, 3-10; Tb 3, 11-16; Jdt 9, 2-14). Los salmos
fueron reunidos poco a poco en un conjunto de cinco libros: los Salmos
(o "alabanzas"), son la obra maestra de la oración en el Antiguo
Testamento.
2586 Los Salmos alimentan y expresan la oración del
pueblo de Dios como Asamblea, con ocasión de las grandes fiestas en
Jerusalén y los sábados en las sinagogas. Esta oración es
indisociablemente individual y comunitaria; concierne a los que oran y
a todos los hombres; asciende desde la Tierra santa y desde las
comunidades de la Diáspora, pero abarca a toda la creación; recuerda
los acontecimientos salvadores del pasado y se extiende hasta la
consumación de la historia; hace memoria de las promesas de Dios ya
realizadas y espera al Mesías que les dará cumplimiento definitivo. Los
Salmos, usados por Cristo en su oración y que en él encuentran su
cumplimiento, continúan siendo esenciales en la oración de su Iglesia
(cf IGLH 100-109).
2587 El Salterio es el libro en el que la Palabra de
Dios se convierte en oración del hombre. En los demás libros del
Antiguo Testamento "las palabras proclaman las obras" (de Dios por los
hombres) "y explican su misterio" (DV 2). En el salterio, las palabras
del salmista expresan, cantándolas para Dios, sus obras de salvación.
El mismo Espíritu inspira la obra de Dios y la respuesta del hombre.
Cristo unirá ambas. En El, los salmos no cesan de enseñarnos a orar.
2588 Las múltiples expresiones de oración de los
Salmos se encarnan a la vez en la liturgia del templo y en el corazón
del hombre. Tanto si se trata de un himno como de una oración de
desamparo o de acción de gracias, de súplica individual o comunitaria,
de canto real o de peregrinación o de meditación sapiencial, los salmos
son el espejo de las maravillas de Dios en la historia de su pueblo y
en las situaciones humanas vividas por el salmista. Un salmo puede
reflejar un acontecimiento pasado, pero es de una sobriedad tal que se
puede rezar verdaderamente por los hombres de toda condición y de todo
tiempo.
2589 Hay unos rasgos constantes en los Salmos: la
simplicidad y la espontaneidad de la oración, el deseo de Dios mismo a
través de su creación, y con todo lo que hay de bueno en ella, la
situación incómoda del creyente que, en su amor preferente por el
Señor, se enfrenta con una multitud de enemigos y de tentaciones; y
que, en la espera de lo que hará el Dios fiel, mantiene la certeza del
amor de Dios, y la entrega a la voluntad divina. La oración de los
salmos está siempre orientada a la alabanza; por lo cual, corresponde
bien al conjunto de los salmos el título de "Las Alabanzas". Reunidos
los Salmos en función del culto de la Asamblea, son invitación a la
oración y respuesta a la misma: "Hallelu-Ya!" (Aleluya), "¡Alabad al
Señor!"
¿Qué hay mejor que un Salmo? Por eso, David dice muy
bien: "¡Alabad al Señor, porque es bueno salmodiar: a nuestro Dios
alabanza dulce y bella!". Y es verdad. Porque el salmo es bendición
pronunciada por el pueblo, alabanza de Dios por la Asamblea, aclamación
de todos, palabra dicha por el universo, voz de la Iglesia, melodiosa
profesión de fe, ... (San Ambrosio, Sal. 1, 9).
RESUMEN
2590 "La oración es la elevación del alma hacia Dios
o la petición a Dios de bienes convenientes" (San Juan Damasceno, f. o.
3, 24).
2591 Dios llama incansablemente a cada persona al
encuentro misterioso con El. La oración acompaña a toda la historia de
la salvación como una llamada recíproca entre Dios y el hombre.
2592 La oración de Abraham y de Jacob aparece como
una lucha de fe vivida en la confianza a la fidelidad de Dios, y en la
certeza de la victoria prometida a quienes perseveran.
2593 La oración de Moisés responde a la iniciativa
del Dios vivo para la salvación de su pueblo. Prefigura la oración de
intercesión del único mediador, Cristo Jesús.
2594 La oración del pueblo de Dios se desarrolla a la
sombra de la Morada de Dios, el arca de la alianza y el Templo,
bajo la guía de los pastores, especialmente el rey David, y de los
profetas.
2595 Los profetas llaman a la conversión del corazón
y, buscando siempre el rostro de Dios, como Elías, inter ceden por el
pueblo.
2596 Los salmos constituyen la obra maestra de la
oración en el Antiguo Testamento. Presentan dos componentes
inseparables: individual y comunitario. Abarcan todas las dimensiones
de la historia, conmemorando las promesas de Dios ya cumplidas y
esperando la venida del Mesías.
2597 Rezados y cumplidos en Cristo, los Salmos son un
elemento esencial y permanente de la oración de su Iglesia. Se adaptan
a los hombres de toda condición y de todo tiempo.
Artículo 2 EN LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS
2598 El drama de la oración se nos revela plenamente
en el Verbo que se ha hecho carne y que habita entre nosotros. Intentar
comprender su oración, a través de lo que sus testigos nos dicen en el
Evangelio, es aproximarnos al Santo Señor Jesús como a la Zarza
ardiendo: primero contemplando a él mismo en oración y después
escuchando cómo nos enseña a orar, para conocer finalmente cómo acoge
nuestra plegaria.
Jesús ora
2599 El Hijo de Dios hecho hombre también aprendió a
orar conforme a su corazón de hombre. El aprende de su madre las
fórmulas de oración; de ella, que conservaba toas las "maravillas " del
Todopoderoso y las meditaba en su corazón (cf Lc 1, 49; 2, 19; 2, 51).
Lo aprende en las palabras y en los ritmos de la oración de su pueblo,
en la sinagoga de Nazaret y en el Templo. Pero su oración brota de una
fuente secreta distinta, como lo deja presentir a la edad de los doce
años: "Yo debía estar en las cosas de mi Padre" (Lc 2, 49). Aquí
comienza a revelarse la novedad de la oración en la plenitud de los
tiempos: la oración filial, que el Padre esperaba de sus hijos va a ser
vivida por fin por el propio Hijo único en su Humanidad, con y para los
hombres.
2600 El Evangelio según San Lucas subraya la acción
del Espíritu Santo y el sentido de la oración en el ministerio de
Cristo. Jesús ora antes de los momentos decisivos de su misión: antes
de que el Padre dé testimonio de él en su Bautismo (cf Lc 3, 21) y de
su Transfiguración (cf Lc 9, 28), y antes de dar cumplimiento con su
Pasión al Plan amoroso del Padre (cf Lc 22, 41-44); ora también ante
los momentos decisivos que van a comprometer la misión de sus
Apóstoles: antes de elegir y de llamar a los Doce (cf Lc 6, 12), antes
de que Pedro lo confiese como "el Cristo de Dios" (Lc 9, 18-20) y para
que la fe del príncipe de los Apóstoles no desfallezca ante la
tentación (cf Lc 22, 32). La oración de Jesús ante los acontecimientos
de salvación que el Padre le pide es una entrega, humilde y confiada,
de su voluntad humana a la voluntad amorosa del Padre.
2601 "Estando él orando en cierto lugar, cuando
terminó, le dijo uno de sus discípulos: `Maestro, enséñanos a orar'"
(Lc 11, 1). Es, sobre todo, al contemplar a su Maestro en oración,
cuando el discípulo de Cristo desea orar. Entonces, puede aprender del
Maestro de la oración. Contemplando y escuchando al Hijo, los hijos
aprenden a orar al Padre.
2602 Jesús se aparta con frecuencia a la soledad en
la montaña, con preferencia por la noche, para orar (cf Mc 1, 35; 6,
46; Lc 5, 16). Lleva a los hombres en su oración, ya que también asume
la humanidad en la Encarnación, y los ofrece al Padre, ofreciéndose a
sí mismo. El, el Verbo que ha "asumido la carne", comparte en su
oración humana todo lo que viven "sus hermanos" (Hb 2, 12); comparte
sus debilidades para librarlos de ellas (cf Hb 2, 15; 4, 15). Para eso
le ha enviado el Padre. Sus palabras y sus obras aparecen entonces como
la manifestación visible de su oración "en lo secreto".
2603 Los evangelistas han conservado dos oraciones
más explícitas de Cristo durante su ministerio. Cada una de el las
comienza precisamente con la acción de gracias. En la primera (cf Mt
11, 25-27 y Lc 10, 21-23), Jesús confiesa al Padre, le da gracias y lo
bendice porque ha escondido los misterios del Reino a los que se creen
doctos y los ha revelado a los "pequeños" (los pobres de las
Bienaventuranzas). Su conmovedor "¡Sí, Padre!" expresa el fondo de su
corazón, su adhesión al querer del Padre, de la que fue un eco el
"Fiat" de Su Madre en el momento de su concepción y que preludia lo que
dirá al Padre en su agonía. Toda la oración de Jesús está en esta
adhesión amorosa de su corazón de hombre al "misterio de la voluntad"
del Padre (Ef 1, 9).
2604 La segunda oración es narrada por San Juan (cf
Jn 11, 41-42) en el pasaje de la resurrección de Lázaro. La acción de
gracias precede al acontecimiento: "Padre, yo te doy gracias por
haberme escuchado", lo que implica que el Padre escucha siempre su
súplica; y Jesús añade a continuación: "Yo sabía bien que tú siempre me
escuchas", lo que implica que Jesús, por su parte, pide de una manera
constante. Así, apoyada en la acción de gracias, la oración de Jesús
nos revela cómo pedir: antes de que la petición sea otorgada, Jesús se
adhiere a Aquél que da y que se da en sus dones. El Dador es más
precioso que el don otorgado, es el "tesoro", y en El está el corazón
de su Hijo; el don se otorga como "por añadidura" (cf Mt 6, 21. 33).
La oración "sacerdotal" de Jesús (cf. Jn 17) ocupa
un lugar único en la Economía de la salvación. (Su explicación se hace
al final de esta primera sección) Esta oración, en efecto, muestra el
carácter permanente de la plegaria de nuestro Sumo Sacerdote, y al
mismo tiempo contiene lo que Jesús nos enseña en la oración del
Padrenuestro (la cual se explica en la sección segunda).
2605 Cuando llega la hora de realizar el plan amoroso
del Padre, Jesús deja entrever la profundidad insondable de su plegaria
filial, no solo antes de entregarse libremente ("Abbá ...no mi
voluntad, sino la tuya": Lc 22, 42), sino hasta en sus últimas palabras
en la Cruz, donde orar y entregarse son una sola cosa: "Padre,
perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34); "Yo te aseguro:
hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 24,43); "Mujer, ahí tienes a tu
Hijo" - "Ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 26-27); "Tengo sed" (Jn 19,
28); "¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; cf
Sal 22, 2); "Todo está cumplido" (Jn 19, 30); "Padre, en tus manos
pongo mi espíritu" (Lc 23, 46), hasta ese "fuerte grito" cuando expira
entregando el espíritu (cf Mc 15, 37; Jn 19, 30b).
2606 Todos los infortunios de la humanidad de todos
los tiempos, esclava del pecado y de la muerte, todas las súplicas y
las intercesiones de la historia de la salvación están recogidas en
este grito del Verbo encarnado. He aquí que el Padre las acoge y, por
encima de toda esperanza, las escucha al resucitar a su Hijo. Así se
realiza y se consuma el drama de la oración en la Economía de la
creación y de la salvación. El salterio nos da la clave para su
comprensión en Cristo. Es en el "hoy" de la Resurrección cuando dice el
Padre: "Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en
herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra" (Sal 2,
7-8; cf Hch 13, 33).
La carta a los Hebreos expresa en términos
dramáticos cómo actúa la plegaria de Jesús en la victoria de la
salvación: "El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal
ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle
de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo
Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la
perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los
que le obedecen" (Hb 5, 7-9).
Jesús enseña a orar
2607 Cuando Jesús ora, ya nos enseña a orar. El
camino teologal de nuestra oración es su oración a su Padre. Pero el
Evangelio nos entrega una enseñanza explícita de Jesús sobre la
oración. Como un pedagogo, nos toma donde estamos y, progresivamente,
nos conduce al Padre. Dirigiéndose a las multitudes que le siguen,
Jesús comienza con lo que ellas ya saben de la oración por la Antigua
Alianza y las prepara para la novedad del Reino que está viniendo.
Después les revela en parábolas esta novedad. Por último, a sus
discípulos que deberán ser los pedagogos de la oración en su Iglesia,
les hablará abiertamente del Padre y del Espíritu Santo.
2608 Ya en el Sermón de la Montaña, Jesús insiste en
la conversión del corazón: la reconciliación con el hermano antes de
presentar una ofrenda sobre el altar (cf Mt 5, 23-24), el amor a los
enemigos y la oración por los perseguidores (cf Mt 5, 44-45), orar al
Padre "en lo secreto" (Mt 6, 6), no gastar muchas palabras (cf Mt 6,
7), perdonar desde el fondo del corazón al orar (cf, Mt 6, 14-15), la
pureza del corazón y la búsqueda del Reino (cf Mt 6, 21. 25. 33). Esta
conversión está toda ella polarizada hacia el Padre, es filial.
2609 Decidido así el corazón a convertirse, aprende a
orar en la fe. La fe es una adhesión filial a Dios, más allá de lo que
nosotros sentimos y comprendemos. Se ha hecho posible porque el Hijo
amado nos abre el acceso al Padre. Puede pedirnos que "busquemos" y que
"llamemos" porque él es la puerta y el camino (cf Mt 7, 7-11. 13-14).
2610 Del mismo modo que Jesús ora al Padre y le da
gracias antes de recibir sus dones, nos enseña esta audacia filial:
"todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido" (Mc
11, 24). Tal es la fuerza de la oración, "todo es posible para quien
cree" (Mc 9, 23), con una fe "que no duda" (Mt 21, 22). Tanto como
Jesús se entristece por la "falta de fe" de los de Nazaret (Mc 6, 6) y
la "poca fe" de sus discípulos (Mt 8, 26), así se admira ante la "gran
fe" del centurión romano (cf Mt 8, 10) y de la cananea (cf Mt 15, 28).
2611 La oración de fe no consiste solamente en decir
"Señor, Señor", sino en disponer el corazón para hacer la voluntad del
Padre (Mt 7, 21). Jesús invita a sus discípulos a llevar a la oración
esta voluntad de cooperar con el plan divino (cf Mt 9, 38; Lc 10, 2; Jn
4, 34).
2612 En Jesús "el Reino de Dios está próximo", llama
a la conversión y a la fe pero también a la vigilancia. En la oración,
el discípulo espera atento a aquél que "es y que viene", en el recuerdo
de su primera venida en la humildad de la carne, y en la esperanza de
su segundo advenimiento en la gloria (cf Mc 13; Lc 21, 34-36). En
comunión con su Maestro, la oración de los discípulos es un combate, y
velando en la oración es como no se cae en la tentación (cf Lc 22, 40.
46).
2613 S. Lucas nos ha trasmitido tres parábolas principales sobre la oración:
La primera, "el amigo importuno" (cf Lc 11, 5-13),
invita a una oración insistente: "Llamad y se os abrirá". Al que ora
así, el Padre del cielo "le dará todo lo que necesite", y sobre todo el
Espíritu Santo que contiene todos los dones.
La segunda, "la viuda importuna" (cf Lc 18, 1-8),
está centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar
siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. "Pero, cuando el Hijo
del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?"
La tercera parábola, "el fariseo y el publicano" (cf
Lc 18, 9-14), se refiere a la humildad del corazón que ora. "Oh Dios,
ten compasión de mí que soy pecador". La Iglesia no cesa de hacer suya
esta oración: "¡Kyrie eleison!".
2614 Cuando Jesús confía abiertamente a sus
discípulos el misterio de la oración al Padre, les desvela lo que
deberá ser su oración, y la nuestra, cuando haya vuelto, con su
humanidad glorificada, al lado del Padre. Lo que es nuevo ahora es
"pedir en su Nombre" (Jn 14, 13). La fe en El introduce a los
discípulos en el conocimiento del Padre porque Jesús es "el Camino, la
Verdad y la Vida" (Jn 14, 6). La fe da su fruto en el amor: guardar su
Palabra, sus mandamientos, permanecer con El en el Padre que nos ama en
El hasta permanecer en nosotros. En esta nueva Alianza, la certeza de
ser escuchados en nuestras peticiones se funda en la oración de Jesús
(cf Jn 14, 13-14).
2615 Más todavía, lo que el Padre nos da cuando
nuestra oración está unida a la de Jesús, es "otro Paráclito, para que
esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad" (Jn 14,
16-17). Esta novedad de la oración y de sus condiciones aparece en todo
el Discurso de despedida (cf Jn 14, 23-26; 15, 7. 16; 16, 13-15; 16,
23-27). En el Espíritu Santo, la oración cristiana es comunión de amor
con el Padre, no solamente por medio de Cristo, sino también en El:
"Hasta ahora nada le habéis pedido en mi Nombre. Pedid y recibiréis
para que vuestro gozo sea perfecto" (Jn 16, 24).
Jesús escucha la oración
2616 La oración a Jesús ya ha sido escuchada por él
durante su ministerio, a través de los signos que anticipan el poder de
su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración de fe
expresada en palabras (el leproso: cf Mc 1, 40-41; Jairo: cf Mc 5, 36;
la cananea: cf Mc 7, 29; el buen ladrón: cf Lc 23, 39-43), o en
silencio (los portadores del paralítico: cf Mc 2, 5; la hemorroísa que
toca su vestido: cf Mc 5, 28; las lágrimas y el perfume de la pecadora:
cf Lc 7, 37-38). La petición apremiante de los ciegos: "¡Ten piedad de
nosotros, Hijo de David!" (Mt 9, 27) o "¡Hijo de David, ten compasión
de mí!" (Mc 10, 48) ha sido recogida en la tradición de la Oración a
Jesús: "¡Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ten piedad de mí,
pecador!" Curando enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre
responde a la plegaria que le suplica con fe: "Ve en paz, ¡tu fe te ha
salvado!".
San Agustín resume admirablemente las tres
dimensiones de la oración de Jesús: "Orat pro nobis ut sacerdos noster,
orat in nobis ut caput nostrum, oratur a nobis ut Deus noster.
Agnoscamus ergo et in illo voces nostras et voces eius in nobis" ("Ora
por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza
nuestra; a El dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos,
por tanto, en El nuestras voces; y la voz de El, en nosotros", Sal 85,
1; cf IGLH 7).
La oración de la Virgen María
2617 La oración de María se nos revela en la aurora
de la plenitud de los tiempos. Antes de la encarnación del Hijo de Dios
y antes de la efusión del Espíritu Santo, su oración coopera de manera
única con el designio amoroso del Padre: en la anunciación, para la
concepción de Cristo (cf Lc 1, 38); en Pentecostés para la formación de
la Iglesia, Cuerpo de Cristo (cf Hch 1, 14). En la fe de su humilde
esclava, el don de Dios encuentra la acogida que esperaba desde el
comienzo de los tiempos. La que el Omnipotente ha hecho "llena de
gracia" responde con la ofrenda de todo su ser: "He aquí la esclava del
Señor, hágase en mí según tu palabra". Fiat, ésta es la oración
cristiana: ser todo de El, ya que El es todo nuestro.
2618 El Evangelio nos revela cómo María ora e
intercede en la fe: en Caná (cf Jn 2, 1-12) la madre de Jesús ruega a
su hijo por las necesidades de un banquete de bodas, signo de otro
banquete, el de las bodas del Cordero que da su Cuerpo y su Sangre a
petición de la Iglesia, su Esposa. Y en la hora de la nueva Alianza, al
pie de la Cruz, María es escuchada como la Mujer, la nueva Eva, la
verdadera "madre de los que viven".
2619 Por eso, el cántico de María (cf Lc 1, 46-55; el
"Magnifica t" latino, el "Megalynei" bizantino) es a la vez el cántico
de la Madre de Dios y el de la Iglesia, cántico de la Hija de Sión y
del nuevo Pueblo de Dios, cántico de acción de gracias por la
plenitud de gracias derramadas en la Economía de la salvación, cántico
de los "pobres" cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de
las promesas hechas a nuestros padres "en favor de Abraham y su
descendencia, para siempre".
RESUMEN
2620 En el Nuevo Testamento el modelo perfecto de
oración se encuentra en la oración filial de Jesús. Hecha con
frecuencia en la soledad, en lo secreto, la oración de Jesús entraña
una adhesión amorosa a la voluntad del Padre hasta la cruz y una
absoluta confianza en ser escuchada.
2621 En su enseñanza, Jesús instruye a sus discípulos
para que oren con un corazón purificado, una fe viva y perseverante,
una audacia filial. Les insta a la vigilancia y les invita a presentar
sus peticiones a Dios en su Nombre. El mismo escucha las plegarias que
se le dirigen.
2622 La oración de la Virgen María, en su Fiat y en
su Magnificat, se caracteriza por la ofrenda generosa de todo su ser en
la fe.
Artículo 3 EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA
2623 El día de Pentecostés, el Espíritu de la promesa
se derramó sobre los discípulos, "reunidos en un mismo lugar" (Hch 2,
1), que lo esperaban "perseverando en la oración con un mismo espíritu"
(Hch 1, 14). El Espíritu que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo
que Jesús dijo (cf Jn 14, 26), será también quien la formará en la vida
de oración.
2624 En la primera comunidad de Jerusalén, los
creyentes "acudían asiduamente a las enseñanzas de los Apóstoles, a la
comunión, a la fracción del pan y a las oraciones" (Hch 2, 42). Esta
secuencia de actos es típica de la oración de la Iglesia; fundada sobre
la fe apostólica y autentificada por la caridad, se alimenta con la
Eucaristía.
2625 Estas oraciones son en primer lugar las que los
fieles escuchan y leen en las Escrituras, pero las actualizan,
especialmente las de los salmos, a partir de su cumplimient o en Cristo
(cf Lc 24, 27. 44). El Espíritu Santo, que recuerda así a Cristo ante
su Iglesia orante, conduce a ésta también hacia la Verdad plena, y
suscita nuevas formulaciones que expresarán el insondable Misterio de
Cristo que actúa en la vida, los sacramentos y la misión de su Iglesia.
Estas formulaciones se desarrollan en las grandes tradiciones
litúrgicas y espirituales. Las formas de la oración, tal como las
revelan las Escrituras apostólicas canónicas, siguen siendo normativas
para la oración cristiana.
I LA BENDICION Y LA ADORACION
2626 La bendición expresa el movimiento de fondo de
la oración cristiana: es encuentro de Dios con el hombre; en ella, el
don de Dios y la acogida del hombre se convocan y se unen. La oración
de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque
Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquél que
es la fuente de toda bendición.
2627 Dos formas fundamentales expresan este
movimiento: o bien sube llevada por el Espíritu Santo, por medio de
Cristo hacia el Padre (nosotros le bendecimos por habernos bendecido;
cf Ef 1, 3-14; 2 Co 1, 3-7; 1 P 1, 3-9); o bien implora la gracia del
Espíritu Santo que, por medio de Cristo, desciende del Padre (es él
quien nos bendice; cf 2 Co 13, 13; Rm 15, 5-6. 13; Ef 6, 23-24).
2628 La adoración es la primera actitud del hombre
que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor
que nos ha hecho (cf Sal 95, 1-6) y la omnipotencia del Salvador que
nos libera del mal. Es la acción de humill ar el espíritu ante el "Rey
de la gloria" (Sal 14, 9-10) y el silencio respetuoso en presencia de
Dios "siempre mayor" (S. Agustín, Sal. 62, 16). La adoración de Dios
tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da
seguridad a nuestras súplicas.
II LA ORACION DE PETICION
2629 El vocabulario neotestamentario sobre la oración
de súplica está lleno de matices: pedir, reclamar, llamar con
insistencia, invocar, clamar, gritar, e incluso "luchar en la oración"
(cf Rm 15, 30; Col 4, 12). Pero su forma más habitual, por ser la más
espontánea, es la petición: Mediante la oración de petición mostramos
la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas, no
somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni
nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como
cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un
retorno hacia El.
2630 El Nuevo Testamento no contiene apenas oraciones
de lamentación, frecuentes en el Antiguo. En adelante, en Cristo
resucitado, la oración de la Iglesia es sostenida por la esperanza,
aunque todavía estemos en la espera y tengamos que convertirnos cada
día. La petición cristiana brota de otras profundidades, de lo que S.
Pablo llama el gemido: el de la creación "que sufre dolores de parto"
(Rm 8, 22), el nuestro también en la espera "del rescate de nuestro
cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de esperanza" (Rm 8, 23-24),
y, por último, los "gemidos inefables" del propio Espíritu Santo que
"viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir
como conviene" (Rm 8, 26).
2631 La petición de perdón es el primer movimiento de
la oración de petición (cf el publicano: "ten compasión de mí que soy
pecador": Lc 18, 13). Es el comienzo de una oración justa y pura. La
humildad confiada nos devuelve a la luz de la comunión con el Padre y
su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros (cf 1 Jn 1, 7-2, 2):
entonces "cuanto pidamos lo recibimos de El" (1 Jn 3, 22). Tanto la
celebración de la eucaristía como la oración personal comienzan con la
petición de perdón.
2632 La petición cristiana está centrada en el deseo
y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a las enseñanzas de
Jesús (cf Mt 6, 10. 33; Lc 11, 2. 13). Hay una jerarquía en las
peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es necesario para
acogerlo y para cooperar a su venida. Esta cooperación con la misión de
Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora la de la Iglesia, es objeto
de la oración de la comunidad apostólica (cf Hch 6, 6; 13, 3). Es la
oración de Pablo, el Apóstol por excelencia, que nos revela cómo la
solicitud divina por todas las Iglesias debe animar la oración
cristiana (cf Rm 10, 1; Ef 1, 16-23; Flp 1, 9-11; Col 1, 3-6; 4, 3-4.
12). Al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino.
2633 Cuando se participa así en el amor salvador de
Dios, se comprende que toda necesidad pueda convertirse en objeto de
petición. Cristo, que ha asumido todo para rescatar todo, es
glorificado por las peticiones que ofrecemos al Padre en su Nombre (cf
Jn 14, 13). Con esta seguridad, Santiago (cf St 1, 5-8) y Pablo nos
exhortan a orar en toda ocasión (cf Ef 5, 20; Flp 4, 6-7; Col 3, 16-17;
1 Ts 5, 17-18).
III LA ORACION DE INTERCESION
2634 La intercesión es una oración de petición que
nos conforma muy de cerca con la oración de Jesús. El es el único
intercesor ante el Padre en favor de todos los hombres, de los
pecadores en particular (cf Rm 8, 34; 1 Jn 2, 1; 1 Tm 2. 5-8). Es capaz
de "salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está
siempre vivo para interceder en su favor" (Hb 7, 25). El propio
Espíritu Santo "intercede por nosotros... y su intercesión a favor de
los santos es según Dios" (Rm 8, 26-27).
2635 Interceder, pedir en favor de otro, es, desde
Abraham, lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. En
el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de
Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la
intercesión, el que ora busca "no su propio interés sino el de los
demás" (Flp 2, 4), hasta rogar por los que le hacen mal (recuérdese a
Esteban rogando por sus verdugos, como Jesús: cf Hch 7, 60; Lc 23, 28.
34).
2636 Las primeras comunidades cristianas vivieron
intensamente esta forma de participación (cf Hch 12, 5; 20, 36; 21, 5;
2 Co 9, 14). El Apóstol Pablo les hace participar así en su ministerio
del Evangelio (cf Ef 6, 18-20; Col 4, 3-4; 1 Ts 5, 25); él intercede
también por ellas (cf 2 Ts 1, 11; Col 1, 3; Flp 1, 3-4). La intercesión
de los cristianos no conoce fronteras: "por todos los hombres, por
todos los constituídos en autoridad" (1 Tm 2, 1), por los perseguidores
(cf Rm 12, 14), por la salvación de los que rechazan el Evangelio (cf
Rm 10, 1).
IV LA ORACION DE ACCION DE GRACIAS
2637 La acción de gracias caracteriza la oración de
la Iglesia que, al celebrar la Eucaristía, manifiesta y se convierte
más en lo que ella es. En efecto, en la obra de salvación, Cristo
libera a la creación del pecado y de la muerte para consagrarla
de nuevo y devolverla al Padre, para su gloria. La acción de gracias de
los miembros del Cuerpo participa de la de su Cabeza.
2638 Al igual que en la oración de petición, todo
acontecimiento y toda necesidad pueden convertirse en ofrenda de acción
de gracias. Las cartas de San Pablo comienzan y terminan frecuentemente
con una acción de gracias, y el Señor Jesús siempre está presente en
ella. "En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús,
quiere de vosotros" (1 Ts 5, 18). "Sed perseverantes en la oración,
velando en ella con acción de gracias" (Col 4, 2).
V LA ORACION DE ALABANZA
2639 La alabanza es la forma de orar que reconoce de
la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por El mismo, le da
gloria no por lo que hace sino por lo que El es. Participa en la
bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe antes de
verle en la Gloria. Mediante ella, el Espíritu se une a nuestro
espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios (cf. Rm 8, 16),
da testimonio del Hijo único en quien somos adoptados y por quien
glorificamos al Padre. La alabanza integra las otras formas de oración
y las lleva hacia Aquél que es su fuente y su término: "un solo
Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y por el cual somos
nosotros" (1 Co 8, 6).
2640 San Lucas menciona con frecuencia en su
Evangelio la admiración y la alabanza ante las maravillas de Cristo, y
las subraya también respecto a las acciones del Espíritu Santo que son
los hechos de los apóstoles : la comunidad de Jerusalén (cf Hch 2, 47),
el tullido curado por Pedro y Juan (cf Hch 3, 9), la muchedumbre que
glorificaba a Dios por ello (cf Hch 4, 21), y los gentiles de Pisidia
que "se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra del Señor" (Hch
13, 48).
2641 "Recitad entre vosotros salmos, himnos y
cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor"
(Ef 5, 19; Col 3, 16). Como los autores inspirados del Nuevo
Testamento, las primeras comunidades cristianas releen el libro de los
Salmos cantando en él el Misterio de Cristo. En la novedad del
Espíritu, componen también himnos y cánticos a partir del
acontecimiento inaudito que Dios ha realizado en su Hijo: su
encarnación, su muerte vencedora de la muerte, su resurrección y su
ascensión a su derecha (cf Flp 2, 6-11; Col 1, 15-20; Ef 5, 14; 1 Tm 3,
16; 6, 15-16; 2 Tm 2, 11-13). De esta "maravilla" de toda la Economía
de la salvación brota la doxología, la alabanza a Dios (cf Ef 1, 3-14;
Rm 16, 25-27; Ef 3, 20-21; Judas 24-25).
2642 La revelación "de lo que ha de suceder pronto",
el Apocalip sis, está sostenida por los cánticos de la liturgia
celestial (cf Ap 4, 8-11; 5, 9-14; 7, 10-12) y también por la
intercesión de los "testigos" (mártires: Ap 6, 10). Los profetas y los
santos, todos los que fueron degollados en la tierra por dar testimonio
de Jesús (cf Ap 18, 24), la muchedumbre inmensa de los que, venidos de
la gran tribulación nos han precedido en el Reino, cantan la alabanza
de gloria de Aquél que se sienta en el trono y del Cordero (cf Ap 19,
1-8). En comunión con ellos, la Iglesia terrestre canta también estos
cánticos, en la fe y la prueba. La fe, en la petición y la
intercesión, espera contra toda esperanza y da gracias al "Padre de las
luces de quien desciende todo don excelente" (St 1, 17). La fe es así
una pura alabanza.
2643 La Eucaristía contiene y expresa todas las
formas de oración: es la "ofrenda pura" de todo el Cuerpo de Cristo "a
la gloria de su Nombre" (cf Ml 1, 11); es, según las tradiciones de
Oriente y de Occidente, "el sacrificio de alabanza".
RESUMEN
2644 El Espíritu Santo que enseña a la Iglesia y le
recuerda todo lo que Jesús dijo, la educa también en la vida de
oración, suscitando expresiones que se renuevan dentro de unas formas
permanentes de orar: bendición, petición, intercesión, acción de
gracias y alabanza.
2645 Porque Dios bendice al hombre, su corazón puede
bendecir, a su vez, a Aquel que es la fuente de toda bendición.
2646 La oración de petición tiene por objeto el perdón, la búsqueda del Reino y cualquier necesidad verdadera.
2647 La oración de intercesión consiste en una
petición en favor de otro. No conoce fronteras y se extiende hasta los
enemigos.
2648 Toda alegría y toda pena, todo acontecimiento y
toda necesidad pueden ser materia de la acción de gracias que,
participando en la de Cristo, debe llenar toda la vida: "En todo dad
gracias" (1 Ts 5, 18).
2649 La oración de alabanza, totalmente
desinteresada, se dirige a Dios; canta para El y le da gloria no sólo
por lo que ha hecho sino porque él es.